Mujer con cabello oscuro, ojos cerrados y manos en la cabeza, mostrando estrés.

Introducción


Hablar de abuso sexual infantil implica adentrarse en una de las realidades más dolorosas y silenciadas de nuestra sociedad. Mi historia personal es también la de muchas otras personas que, durante la infancia, sufrieron violencia y se vieron obligadas a callar. Sin embargo, también es la historia de la resiliencia, del poder del vínculo humano y de la posibilidad de transformar el dolor en un motor para el cambio social.


Este artículo recoge parte de mi testimonio vital y profesional, con el propósito de sensibilizar, formar y movilizar a quienes trabajan o conviven cerca de la infancia y de las víctimas de trauma.


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El peso del silencio


Cuando tenía 15 años decidí romper el silencio y pedir ayuda. Hasta entonces, había vivido abusos sexuales intrafamiliares, acompañados de maltrato psicológico y negligencia. Como ocurre en muchos casos, la ambivalencia afectiva fue devastadora: la misma figura que debía protegerme y cuidarme era quien me dañaba.


El silencio se impuso por vergüenza, miedo y confusión. Para sobrevivir, utilicé mecanismos como la disociación y el congelamiento, estrategias inconscientes que me permitían soportar lo insoportable. Sin embargo, esos recursos tuvieron un coste: depresión, ansiedad, conductas autodestructivas e intentos de suicidio.


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La ruptura y el inicio de la sanación


Con 15 años, llamé a un teléfono de ayuda a menores. Fue el inicio de un camino largo y complejo: la denuncia, la intervención de servicios sociales y la entrada en un centro de protección de menores. Romper el silencio no resolvió todo de inmediato, pero abrió la puerta a un proceso de sanación.


Ese proceso ha incluido muchos años de terapia psicológica, intentos y recaídas, apoyos fundamentales como mi abuelo, mis educadores sociales y, sobre todo, mi primera psicóloga, quien me brindó un vínculo seguro. Por primera vez, alguien me escuchó sin miedo, me creyó y me devolvió dignidad. Aprendí que sanamos en relación, cuando otro ser humano nos acompaña sin juicio y con respeto.


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Efectos del trauma y claves de recuperación


El abuso sexual afecta tres ámbitos esenciales de la persona:


 1. La visión de uno mismo: genera vergüenza, culpa y auto-odio.


 2. La visión de los demás: instala desconfianza, miedo al rechazo o idealización de figuras de autoridad.


 3. La visión del mundo: deja la sensación de peligro constante e injusticia.


Superar estas heridas ha sido posible gracias a varias claves:


 *  Reconstruir el vínculo seguro en terapia.


 *  Integrar mente y cuerpo, trabajando la disociación.


 *  Recuperar la rabia protectora para poner límites.


 *  Desarrollar la autocompasión y resignificar mi historia.


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Aprendizajes para profesionales


El primer momento en que un niño revela un abuso es crucial. La reacción del adulto puede reparar o dañar durante años. Es fundamental:


 *  Escuchar con calma y agradecer la confianza.


 *  Evitar preguntas cerradas o culpabilizantes.


 *  Utilizar preguntas abiertas que permitan al niño expresarse.


 *  Coordinar adecuadamente las intervenciones para evitar la revictimización.


También es necesario que los profesionales trabajemos nuestro autocuidado. No podemos acompañar más allá de donde hemos llegado en nuestro propio proceso. La terapia personal y la supervisión son herramientas imprescindibles para sostener el dolor de los demás sin quedar atrapados en él.


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El reto social y sistémico


Mi experiencia judicial fue profundamente revictimizante. Tuve que relatar lo vivido múltiples veces, responder preguntas incomprensibles y enfrentarme a procesos largos e insensibles. Aunque hoy existen protocolos más respetuosos, aún queda un largo camino por recorrer.


En España y en otros países, necesitamos implementar modelos como el Barnahus, que concentran en un mismo espacio adaptado a la infancia a policías, jueces, psicólogos y trabajadores sociales. Espacios seguros, con entornos amigables, donde el niño no sienta miedo ni vergüenza.


Igualmente, considero que las terapias deberían estar garantizadas y financiadas, incluso a través de los agresores. El costo emocional y económico que soportan las víctimas es demasiado alto y no debería recaer exclusivamente sobre ellas.


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De la víctima a la profesional


Hoy, además de haber publicado mi libro Romper el silencio, dedico mi vida profesional a dar charlas, formar a otros profesionales y acompañar a personas que han sufrido abusos. Mi objetivo es que ninguna niña o niño se sienta tan solo como yo me sentí, y que quienes trabajen con víctimas tengan herramientas adecuadas para sostenerlas.


Creo firmemente que no basta con sobrevivir: es posible reconstruir un proyecto vital con sentido y ayudar a otros a hacer lo mismo.


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Conclusión


El abuso sexual infantil deja huellas profundas, pero también nos recuerda que el ser humano tiene una enorme capacidad de resiliencia. Podemos enfermar en relación, pero también sanamos en relación. Y romper el silencio es siempre el primer paso.


Este artículo no solo es mi historia: es una invitación a escuchar, a creer y a acompañar a quienes aún guardan silencio. Porque cada vez que un niño, una niña o un adulto se atreve a contar, está abriendo una puerta a la libertad.


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